Del 27 al 29 de diciembre, asistí al seminario propuesto por el Centro Huarte en Huarte, España. La conferencista Victoria Pérez Royo nos invitó a buscar experimentos en torno a la traducción de una obra de arte. Inspirados en el libro de Gloria Anzaldúa, “la lengua en la mano”, cada participante propuso una traducción de uno de los trabajos propuestos.La imagen muestra mi búsqueda. Permite, sobre todo, cuestionar la implicación de la escritura tecnológica en una traducción. Hipertexto y flujo La estética del flujo, para usar las palabras de Bertrand Gervais y Anaïs Guilet, es una “práctica de escritura que consiste en pasar un texto de un idioma a otro, sobre todo en la práctica cultural” (1).Es la voluntad de aceptar el flujo de información. Sin embargo, no importa si elegir o no, ya que no sabemos cómo ubicarnos fuera del flujo como un idioma. La estética del flujo explota las posibilidades. La programación oppere por reglas obligatorias. “Programar un trabajo es actuar como escritor”. El código es una escritura que crea lo posible. El artista que trabaja con flujos es un “individuo que, en lugar de producir una forma particular (un montaje por ejemplo) propone un espectro de posibilidades (un programa) que producirá diferentes formas de acuerdo con una lógica y ciertas elecciones” (2)La traducción como práctica cultural resulta en una rama hacia la individualización del conocimiento y el conocimiento.